miércoles, 22 de octubre de 2008
VALIOSAS PIEZAS DE MUSEO SON ROBADAS
Desconocidos irrumpieron anoche en las bodegas del Instituto Nacional Arqueológico de Brasil y se llevaron una gran cantidad de piezas de incalculable valor.
Los tres guardias de turno fueron sometidos por un grupo de seis personas, entre ellas una mujer, quienes no han podido ser identificados ya que llevaban sus rostros cubiertos. Los asaltantes ingresaron a las instalaciones poco después de la medianoche. Iban fuertemente armados con armas de grueso calibre y granadas que les permitieron rendir a los vigilantes.
Entre los artículos robados destacan algunos trabucos utilizados en la defensa de Canudos, a fines del siglo XIX durante la revuelta de Antonio Consejero, joyas de la familia del Barón de Cañabrava y la colección de estatuas fenicias halladas en la costa de Brasil algunos días atrás.
Las investigaciones policiales no descartan alguna conexión entre el robo y la desaparición del director de esta institución, el doctor Epaminondas Goncalves, quien se encuentra extraviado desde el pasado 15 de octubre, día en que se iba a informar con detalle a la prensa, todo lo relacionado con las misteriosas estatuas.
Por los momentos se investigan algunas pistas que puedan dar con el paradero de los autores.
sábado, 18 de octubre de 2008
LAS AVENTURAS DE CONAN EL BÁRBARO
-¿Por qué no llevamos a algunos de mis soldados para que nos ayuden? -preguntó Conan bruscamente-. O también podemos hacer que nos acompañen tus criados. ¡No hay duda de que necesitamos ayuda para traer el tesoro al campamento! Feng movió negativamente su delicada cabeza y dijo:
-¡Eso sí que no, honorable aliado! El tesoro está compuesto por dos pequeños cofres de oro macizo, llenos de rarísimas piedras preciosas de gran valor. Cada uno de nosotros puede llevarse una fortuna equivalente al valor de un reino; entonces, ¿por qué compartirlo con más gente? Puesto que el secreto es mío, tengo derecho a la mitad del tesoro. Después, si eres tan generoso como para repartir tu mitad entre tus cuarenta soldados... puedes hacer lo que te plazca.
El duque de Feng no necesitó decir más para convencer a Conan de la conveniencia de su plan. La paga de los soldados del rey Yildiz era escasa y habitualmente la abonaban con retraso. La recompensa que le dieron a Conan por su arduo Servicio en Turan había consistido hasta el momento en muchas palabras elogiosas y vacías y poca retribución pecuniaria.
-Voy a buscar las herramientas -murmuró Feng-. Debemos salir del campamento por separado para no despertar sospechas. Mientras yo preparo los utensilios, puedes ponerte la cota de malla y disponer de tus armas.
-¿Para qué necesito la cota de malla y las armas, si sólo vamos a desenterrar un cofre? –preguntó Conan frunciendo el ceño.
-¡Oh, excelso señor! ¡Son muchos los peligros que acechan en aquellas montañas! Por aquí rondan el temible tigre, el feroz leopardo, el oso y el irascible toro salvaje, por no mencionar las bandas de cazadores nómadas. Puesto que a nosotros, caballeros de Khitai, no se nos enseña a usar armas, tú has de estar preparado para luchar por los dos. ¡Créeme, noble capitán; sé perfectamente lo que digo!
-¡Está bien! -concedió el cimmerio refunfuñando.
-¡Excelente! Ya sabía yo que una mente superior como la tuya apreciaría la fuerza de mis argumentos. Y ahora vamos a separarnos; nos reencontraremos al pie del valle cuando salga la luna. Tendremos tiempo de sobra.
La noche se hacía más oscura y el viento más frío. El cimmerio volvió a sentir la extraña premonición de peligro que experimentó al entrar en aquel valle abandonado al atardecer. Mientras caminaba en silencio al lado del diminuto khitanio, Conan miraba cautelosamente a su alrededor. Las abruptas paredes rocosas fueron estrechándose a ambos lados hasta que apenas hubo sitio para caminar entre el acantilado y la orilla del arroyo que pasaba susurrando a sus pies.
Detrás de ellos apareció un fulgor en el cielo brumoso, allí donde la cima de los acantilados parecía morder el firmamento. El fulgor se volvió más intenso y se convirtió en una opalescencia nacarada. Luego las paredes del valle se ensancharon hacia ambos lados, y los dos hombres se encontraron pisando una zona cubierta de hierba que se extendía a lo lejos. El arroyuelo se torció hacia la derecha y se perdió borboteando entre las orillas cubiertas de helechos.
Al salir del valle, asomó la luna creciente sobre los picos de los acantilados que quedaban a sus espaldas. A través de la tenue neblina, daba la impresión de que estuvieran contemplando el paisaje desde debajo del agua. Los débiles e ilusorios rayos lunares alumbraban una pequeña colina de contornos redondeados que se encontraba directamente frente a ellos, más allá del césped. Más atrás, se alzaban unos montes escarpados y cubiertos de bosques como un oscuro telón de fondo bajo la luz de la luna.
Al contemplar la luna que parecía arrojar polvos de plata sobre la montaña, Conan olvidó sus presentimientos, puesto que allí se alzaba el monolito del que había hablado Feng. Se trataba de una columna de piedra negra, con una superficie suave y lisa, de un brillo pálido, que se encontraba en la cima de la colina y traspasaba la capa de niebla que cubría la tierra. La parte superior del monolito aparecía como una mancha borrosa.
Allí, pues, se encontraba la tumba del rey Hsia, muerto hacía mucho tiempo, según lo que había contado Feng. El tesoro seguramente estaría enterrado debajo del monolito, o bien a un lado. En seguida lo sabrían con certeza.
Con la pala y la barra de hierro que le había dado Feng apoyadas sobre su hombro, Conan se abrió paso entre unos matorrales de rododendros y comenzó a subir por la ladera de la montaña. Se detuvo un momento para ayudar a su diminuto compañero. Después de un breve ascenso, llegaron a la cumbre. Delante de ellos se hallaba la columna, que surgía del centro de la superficie convexa de la cima. Conan pensó que aquella colina probablemente fuera artificial: un túmulo como el que se construía para enterrar los restos de los grandes jefes en su país. Si el tesoro se hallaba debajo de aquel terraplén, tardarían más de una noche en desenterrarlo...De repente Conan sintió un sobresalto y lanzó un juramento, al tiempo que aferraba la pala y la barra de hierro. Una fuerza invisible atraía las herramientas hacia la columna. Se inclinó en dirección contraria al monolito, con los poderosos músculos hinchados por el esfuerzo. Pero palmo a palmo, sin embargo, la extraña fuerza fue arrastrándolo hacia ella. Cuando el cimmerio vio que sería empujado en contra de su voluntad hacia el monumento, soltó las herramientas y éstas volaron hacia la columna, golpearon con un estrepitoso ruido metálico en el monolito y quedaron pegadas a él. (Continuará)
viernes, 17 de octubre de 2008
LAS AVENTURAS DE CONAN EL BÁRBARO
Tampoco le resultaba agradable el viento gélido e inquietante que silbaba a través de las montañas rocosas y hacía temblar la hoguera del campamento. El movimiento vacilante de las llamas proyectaba monstruosas sombras negras sobre la pared más próxima del valle.
Del otro lado del campamento, junto a los bosquecillos de bambú y a las matas de rododendros, se alzaban unos pinos gigantescos que ya eran viejos cuando Atlantis se hundió bajo las olas, ocho mil años antes. Un arroyuelo serpenteaba entre los árboles, murmuraba al pasar por el campamento y luego volvía a internarse en el bosque. Por encima de los peñascos se cernía una tenue capa de neblina que atenuaba el fulgor de las estrellas, dando la impresión de que algunas de ellas estuvieran llorando.
Había algo en aquel lugar —pensó Conan— que olía a miedo y a muerte. Casi podía sentir el acre efluvio de horror que traía la brisa. También los caballos lo percibían. Relinchaban quejumbrosos pateando el suelo con los cascos y miraban hacia la oscuridad que los rodeaba más allá de la hoguera, con los ojos en blanco. Los animales estaban cerca de la naturaleza, como Conan, el joven guerrero bárbaro procedente de las desoladas montañas de Cimmeria. Los sentidos de las bestias, al igual que los del cimmerio, percibían el aura maligna con más nitidez que los soldados
turanios, que eran gente de ciudad, a quienes el cimmerio había conducido hasta aquel inhóspito valle.
Los soldados estaban sentados alrededor del fuego, compartiendo la última ración de vino de la noche, que escanciaban de unas botas de piel de cabra. Algunos reían a carcajadas y hacían alarde de las proezas amorosas que llevarían a cabo en los sedosos lechos de Aghrapur. Otros, cansados por la agotadora marcha a caballo, estaban sentados en silencio, mirando fijamente el fuego y bostezando. No tardarían en echarse a dormir, envueltos en sus pesados mantos. Se acostarían con la cabeza apoyada en las alforjas, formando un círculo en torno a la chisporroteante hoguera, mientras dos de ellos permanecían de guardia con sus poderosos arcos hirkanios, preparados para
cualquier contingencia. Los centinelas no percibían la fuerza siniestra que se cernía sobre el valle.
De pie y con la espalda apoyada sobre el gigantesco pino que se encontraba más cerca, Conan se envolvió mejor en su manto para protegerse de la malsana y húmeda brisa de las montañas. Aunque sus soldados eran hombres robustos y de elevada estatura, Conan le sacaba media cabeza al más alto, y sus anchas espaldas hacían que los demás parecieran enclenques a su lado. Su negra cabellera se escapaba por debajo del casco de punta, que enmarcaba el rostro lleno de pequeñas cicatrices teñidas de rojo por las llamas de la hoguera y en el que destacaban unos profundos ojos
azules.
Sumergido en uno de sus accesos de melancolía, Conan maldijo interiormente al rey Yildiz, al bien intencionado, pero débil monarca turanio que lo había enviado a aquella misión de nefastos presagios. Había transcurrido más de un año desde que le fuera tomado el juramento de fidelidad al rey de Turan. Seis meses antes, había sido lo suficientemente afortunado como para merecer este favor del rey, como recompensa por haber rescatado a Zosara, la hija de Yildiz, de manos del demencial dios-rey de Meru, lo que consiguió Conan con la ayuda de un amigo mercenario, Juma el kushita. Finalmente llevó a la princesa, más o menos intacta, hacia el lugar en el que se hallaba su prometido, el Khan de Kujala, jefe de la tribu nómada kuigar.
Cuando Conan regresó a Aghrapur, la esplendorosa capital del reino de Yildiz, pudo comprobar que el monarca era generoso y agradecido. Tanto él como Juma habían sido ascendidos al rango de capitán. Pero mientras que Juma había sido destinado a un codiciado puesto en la Guardia Real, a Conan lo habían recompensado con otra misión arriesgada y difícil. Ahora, mientras recordaba esto, el cimmerio pensó con amargura en los frutos de su éxito.
Yildiz había confiado al gigantesco cimmerio una carta para el rey de Shu de Kusán, un reino insignificante de la zona occidental de Khitai. A la cabeza de cuarenta soldados veteranos, Conan llevó a cabo su ardua misión. Había atravesado cientos de kilómetros de desoladas estepas hirkanias y bordeó las laderas de los elevados montes Talakmas. Después avanzó por desiertos barridos por los vientos y por las húmedas selvas que rodeaban el misterioso reino de Khitai, la tierra más al este de la que tenían noticia los hombres de Occidente.
Una vez en Kusán, Conan encontró en el venerable y filosófico rey Shu un magnífico anfitrión. Mientras el cimmerio y sus soldados eran convidados con comidas y bebidas exóticas, y les entregaban mujeres complacientes, el rey y sus consejeros decidieron aceptar la proposición del rey Yildiz de establecer un tratado comercial y de amistad. El sabio y anciano monarca entregó a Conan un magnífico rollo de seda dorada, con la respuesta formal y con los mejores deseos del rey Kusán escritos en los extraños signos ideográficos de Khitai y en los gráciles caracteres inclinados de Hirkania.
Además de entregarle una bolsita de seda llena de monedas de oro de su país, el rey Shu hizo que lo acompañara un importante miembro de su corte, a fin de que lo guiara hasta la frontera occidental de Khitai. Pero a Conan no le gustó su guía, el duque de Feng.
El khitanio era un hombrecillo delgado, refinado y fatuo, que hablaba con voz suave y susurrante. Vestía una fantástica túnica de seda, poco apropiada para un viaje a caballo y para acampar en aquellas zonas agrestes, y de sus ropas emanaba un perfume que envolvía a toda su exquisita persona. Jamás se ensuciaba las manos, de piel suave y uñas largas, con ninguna de las tareas del campamento, manteniendo en cambio a sus dos criados ocupados día y noche en contribuir a su comodidad y decoro. Conan observaba despectivamente las costumbres del khitanio con el insobornable y varonil desdén propio de un bárbaro. Los rasgados ojos negros y la voz melosa del duque le recordaban a un felino, y se dijo muchas veces que debía tener cuidado de que aquel
aristocrático hombrecillo no lo traicionara. Por otro lado, el bárbaro envidiaba secretamente los exquisitos y cultivados modales del khitanio, así como su indudable encanto. Pero esto no hizo más que contribuir a que el resentimiento de Conan contra el duque fuera mayor aún, pues aunque el tiempo pasado en el ejército turanio había pulido un poco al cimmerio, éste seguía siendo en el fondo el rudo y tosco joven bárbaro de siempre. De nuevo pensó que debía tener cuidado con aquel astuto y malicioso duque de Feng.
-¿Acaso perturbo las profundas meditaciones del noble comandante? -susurró una voz suave que parecía el ronroneo de un gato.
Conan sintió un sobresalto y apretó instintivamente la empuñadura de su espada, cuando reconoció al duque de Feng envuelto en un enorme manto de terciopelo de color verde. El cimmerio iba a lanzar un gruñido y una maldición despectiva. Entonces recordó sus deberes de embajador y convirtió el juramento en palabras de bienvenida que resultaron poco convincentes hasta para sus propios oídos.
-¿Quizás el noble capitán no puede dormir? -musitó Feng, aparentando no haberse dado cuenta de la poco cordial acogida de Conan.
Feng hablaba correctamente en lengua hirkania; ése era uno de los motivos por los cuales había sido enviado como guía de Conan y de sus soldados, ya que los conocimientos que tenía el cimmerio de la melodiosa lengua de Khitai eran casi nulos. Feng siguió diciendo:
-Un servidor tiene la fortuna de poseer un remedio infalible contra el insomnio. Un sabio boticario preparó este brebaje a partir de una antigua receta; se trata de un extracto de capullos de lirio molidos y mezclados con canela y semillas de amapola...
-No, gracias -respondió Conan con un gruñido-. Te lo agradezco, duque, pero se trata de algo raro que hay en este maldito lugar. Un extraño presentimiento me mantiene despierto cuando, después de una jornada tan larga a caballo, debería sentirme tan agotado como un joven después de su primera noche de amor.
Las facciones del duque se contrajeron levemente, como si le molestara el rudo lenguaje de Conan, o tal vez sólo había sido un reflejo de la hoguera. De todos modos, respondió con su proverbial suavidad:
-Creo entender la aprensión del valiente comandante. Ese tipo de sensaciones inquietantes y perturbadoras son habituales en este valle legendario. Aquí han muerto muchos hombres.
-¿Hubo alguna batalla en este lugar? -inquirió Conan. Los estrechos hombros del duque se pusieron en tensión bajo su verde manto.
-No, nada de eso, mi intrépido amigo. Este lugar está cerca de la tumba de un antiguo monarca de mi pueblo: el rey Hsia de Kusán. Antes de morir dispuso que todos los miembros de su guardia real fueran decapitados y que sus cabezas fueran enterradas junto a él, a fin de que sus espíritus continuaran sirviéndolo en el más allá. Sin embargo, la superstición popular asegura qué los fantasmas de aquellos soldados vagan eternamente por este valle.
El noble habló en voz más baja aún.
-La leyenda también afirma que un magnífico tesoro de oro y piedras preciosas fue enterrado con él; de todas las leyendas, creo que sólo esto último es cierto. Conan aguzó su oído y preguntó con interés:
-¿Oro y joyas? ¿Y ese tesoro ya ha sido encontrado?
El khitanio observó a Conan por un momento con una mirada oblicua y escrutadora. Luego, como si hubiera tomado una decisión personal, repuso:
-No, señor Conan, porque nadie conoce el lugar exacto en el que fue enterrado el tesoro... salvo un hombre.
-¿Quién? -preguntó el cimmerio sin rodeos.
-Un humilde servidor, por supuesto.
-¡Por Crom y por Erlik! Si conocías el lugar en el que estaba oculto el tesoro, ¿por qué no lo has desenterrado hasta ahora?
-Mi pueblo siente un profundo terror supersticioso por todo lo relacionado con esta leyenda y con la maldición que pesa sobre la antigua tumba del rey, que está señalada con un monolito de piedra oscura. Por eso jamás he podido convencer a nadie de que me ayudara a desenterrar el tesoro, cuyo escondite sólo yo conozco.
-¿Por qué no lo haces tú solo?
Feng extendió sus delicadas manos de uñas largas y dijo:
-Necesitaba un ayudante de confianza para que me protegiera contra cualquier enemigo solapado, fuera humano o animal, que se acercara a mí mientras me hallaba absorto contemplando el botín. Además, es necesario cavar y hacer otros trabajos pesados. Un caballero como yo no tiene la energía suficiente para realizar esfuerzos físicos tan rudos.
«¡Escucha bien, valiente señor! -siguió diciendo el khitanio-. Este humilde servidor no ha guiado al honorable comandante a través de este valle por casualidad, sino en forma premeditada. Cuando oí que el Hijo del Cielo deseaba que yo acompañara al valiente capitán del este, acepté rápidamente la proposición. Esta misión es para mí un verdadero don de los divinos agentes celestes ya que tú, señor, posees la musculatura de tres hombres corrientes. Y siendo un extranjero nacido en Occidente, doy por sentado que naturalmente no compartes los terrores supersticiosos de la gente de Kusán. ¿Me equivoco?
-No le temo a nada ni a nadie -repuso Conan bruscamente—, sea dios, hombre o demonio, y menos aún al fantasma de un rey muerto hace tanto tiempo. Habla, pues, señor de Feng.
El duque se acercó un poco más a Conan, y su voz se convirtió en un susurro casi inaudible.-Bien, éste es mi plan -dijo-. Como te he dicho, yo quise guiarte hasta aquí porque pensé que podías ser la persona que buscaba. La tarea será sencilla para alguien tan fuerte como tú; en mi equipaje he traído herramientas para cavar. ¡Vamos hacia allí inmediatamente, y en una hora seremos más ricos de lo que jamás hayamos podido imaginar! (Continuará...)
jueves, 16 de octubre de 2008
SE SUSPENDE CONFERENCIA DE PRENSA SOBRE ESCULTURAS FENICIAS HALLADAS EN COSTA DE BRASIL
lunes, 13 de octubre de 2008
ROBERT E. HOWARD, PADRE DE LA LITERATURA DE ESPADAS Y CONJUROS
Robert Ervin Howard (22 de enero de 1906 - 11 de junio de 1936) fue un escritor de aventuras históricas y fantásticas, publicadas principalmente en la revista Weird Tales en los años 1930.
Nació en Peaster, Texas (Estados Unidos), hijo de Isaac Mordecai Howard y Hester Jane Ervin Howard. Su familia vivió en varios lugares del sur, este y oeste de Texas, además del oeste de Oklahoma, antes de asentarse en Cross Plains en el centro de Texas en 1919.
Escribió historias de varios géneros, pero su creación más importante es Conan, cuya primera aparición fue en El Fénix Sobre la Espada en diciembre de 1932. Tal fue la popularidad de este personaje que diversos autores decidieron emprender la labor de finalizar relatos hasta entonces inéditos (por la muerte de su creador), o bien escribieron nuevas novelas. Entre estos autores cabe destacar a L. Sprague de Camp, Poul Anderson, Lin Carter y Björn Nyberg como contemporáneos, además de diversas obras de autores rusos (publicadas por la editorial moscovita Severo-West) y una serie de cuatro novelas escritas respectivamente por Richard A. Knaak (conocido por La leyenda de Huma para la saga Dragonlance), Loren L. Coleman, J. Steven York y Jeff Mariotte. El recientemente fallecido Robert Jordan (Creador de la conocida saga La Rueda del Tiempo) también creó algunas historias sobre el famoso personaje de Howard. Adaptado a varias series de cómic y películas, también algunos autores han homenajeado al personaje en forma de parodia, como en los cómics Groo el errante (Sergio Aragonés) o la historia de Superlópez La gran superproducción (Jan), y el personaje Cohen el bárbaro (de Terry Pratchett, Mundodisco).
Algunos otros de sus personajes incluyen el rey Kull de Atlantis, el aventurero puritano inglés Solomon Kane y el jefe picto Bran Mak Morn, que lucha contra la invasión romana en Britania. Además creó a la guerrera Red Sonja (o Sonia la Roja), aunque la mayoría de los aficionados la conocen de distinta manera de como la concibió Howard, dado que este personaje, originalmente escrito para un relato histórico, fue adaptado al cómic en un tono considerablemente más fantástico.
Howard también escribió ficción histórica. Por ejemplo, su historia Las puertas del imperio implica a un personaje ficticio en las luchas de Shirkuh, Shawar y Amalarico por el control de Egipto; la historia termina con una de las famosas batallas de Saladino en primavera de 1167.
Howard habla de mundos donde generalmente la mejor solución a los problemas es la violencia, y donde a menudo el oro, las joyas, y las mujeres hermosas son la recompensa del héroe.
Howard coincidió con otros autores de la época como Lovecraft (quien le otorgaría el apelativo amistoso de Bob Two Gun, "Bob Dos Pistolas", en alusión a su origen tejano) y Clark Ashton Smith que influyeron de alguna manera en su obra. Así, los protagonistas de algunos relatos de Howard llegan a encontrarse con las criaturas ideadas por Lovecraft y viceversa.
El 11 de junio del 1936 sobre las 8 de la mañana, después de entrar en coma su madre debido a la tuberculosis, Howard se sentó en la parte delantera de su coche y se disparó en la cabeza con un Colt 38. Murió a las 4 de ese mismo día y su madre falleció al día siguiente. Compartieron funeral el 14 de junio y ambos fueron enterrados en el cementerio de Greenleaf en Brownwood.
LAS ANOTACIONES DE ANAK BATUM COPANTLI (PARTE II)
Las tribus cimmerias que habitaban más al sur, en la frontera con Pachtacutli, eran más evolucionadas, practicaban el pastoreo, la metalurgia, el comercio y la agricultura, pero no habían descubierto el procesamiento del hierro, por lo que sus herramientas y armas eran principalmente de piedra, madera y bronce. Tenían un puñado de ciudades importantes y ya estaban dando los primeros pasos hacia una expansión imperial en dirección al norte.
Estas ciudades formaban una especie de república la cual permanecía en guerra contra las tribus boreales. Esta república se llamaba Zaratesthra y estaba compuesta por Hegara, Athartis, Valhadla, Magorn y Ubinor. Los cinco reyes de la alianza formaban un consejo supremo denominado Ulmen el cual gobernaba Zaratesthra. Según uno de sus últimos censos, la población de la república alcanzó un número cercano a los quince millones de habitantes. No existe un dato exacto de la gente de las tribus bárbaras, pero se estima que eran alrededor de los diez millones de personas.
sábado, 11 de octubre de 2008
DESTACADO PINTOR HONDUREÑO NOS COMPARTE SU VISIÓN DE QUETZALTLI
La novela Quetzaltli (en proceso de edición) cuenta ya con una portada producto del pincel del destacado pintor César Román Murillo.
Este trabajo de ficción recrea un mundo imaginario 20,000 años A.C. y se desarrolla en lo que fue la región mesoamericana antes del diluvio.
Estamos seguros de que el arte de Román iluminará aún más páginas de las aventuras de Quetzaltli.
ESTATUAS FENICIAS ENCONTRADAS EN COSTA DE BRASIL
jueves, 9 de octubre de 2008
TE INVITO A CREAR UN MUNDO IMAGINARIO
Hagamos un mundo nuevo. Enviá tus ideas sobre cómo te imaginás la fauna y la flora en un mundo antediluviano. Las distintas civilaciones que lo poblaron, sus costumbres, historias y creencias. Podés enviar narraciones cortas, poemas, canciones, ilustraciones, todo lo que tu imaginación produzca para crear este gran cosmos de la imaginación.
Archivo Antiguo Revela Mundo Antediluviano
Hay fuerzas invisibles que gobiernan el mundo, son más antiguas que nuestra existencia misma, mucho más de lo que podamos imaginar. Esas fuerzas han estado en conflicto desde el origen de los tiempos, han librado batallas desde los confines más remotos del cosmos hasta nuestro planeta y permanecen en guerra aún en nuestros días. Ese conflicto ha dado forma a la humanidad, la cual fue hecha a imagen del Creador y luego fue corrompida por la intervención de la oscuridad cuyo deseo ha sido siempre la destrucción de los humanos.
Cada transición de una edad a otra se ha dado a raíz de grandes cataclismos y tragedias. Sin embargo, siempre quedan vestigios de las edades de la tierra. Estos documentos escritos en piedra, metal, cuero e, incluso, algunos hechos en fibras vegetales, existen gracias a diversos ingenios que los han protegido de los elementos destructores.
Representó una labor de muchos años y esfuerzo por parte de otros que me precedieron, descifrar los códigos usados por los antiguos, entender sus idiomas y tratar de interpretar sus conceptos; muchas cosas permanecen cubiertas por la bruma del misterio y otras no las he podido interpretar, pero sí he logrado tener una idea clara de la forma del mundo antes del gran cataclismo que partió la tierra y hundió en los abismos del mar al reino de Atalantl, hace tres mil quinientos años.
Existían siete masas continentales: Noralask, ubicada en la parte superior de la región nor-occidental; Aneuk, al este de Noralask y separada de ésta por un mar mediterráneo llamado Numarek. Al sur de estos continentes estaba Pachtacutli, el Corazón del Mundo, una faja de tierra que partía desde Noralask y Aneuk hasta el estrecho de Jicabarantl en cuya orilla opuesta se alzaba el continente austral que llamaban Chontli. Al este de Chontli estaba el mar de Namampuyá, el cual dividía a esta tierra de la tierra de Cimmer. Al sureste de Cimmer había un gran continente insular conocido como Magadisio del cual no se habla mucho en las crónicas antediluvianas. Finalmente, hacia el polo sur del globo, se hallaba un territorio sin nombre, el cual fue en un tiempo una región tropical, pero que, desde el cataclismo hasta hoy, está cubierta por hielos eternos.